Los jóvenes mexicanos viven en el abismo. Estadísticamente es el sector de la población más olvidado y alienado por la sociedad mexicana. Los prejuicios contra ellos transitan desde presumir que por el hecho de ser jóvenes son vándalos o carecen de consciencia de sí mismos o social o, bien, que por ser jóvenes no saben lo que quieren y, por tanto, tienden a tomar siempre el camino equivocado.
Toda mi vida laboral la he desarrollado a lado de jóvenes universitarios y, particularmente, durante los dos últimos años he participado en actividades educativas y culturales con adolescentes y jóvenes en prisión. El acercamiento con estos jóvenes me ha permitido descubrir junto con ellos la marginalidad en que la juventud ha tenido que sobrevivir en una sociedad que no ha sido capaz de entender la valiosa fuerza social que este grupo representa para nuestro país.
La desesperanza, la soledad, la falta de sueños y expectativas inundan la cabeza y el corazón de cada uno de los jóvenes de la prisión. La constante ha sido, sin duda, el abandono. Jóvenes que se han visto forzados a descubrir e inventar nuevas y muy violentas maneras de integrarse a sus propias familias y, por tanto, a la sociedad. Jóvenes que viven en el auto flagelo en búsqueda de una identidad digna.
Cada vez que un joven es violentado, agredido o desaparecido, sin importar la manera en que éste se conduzca ante la sociedad, el espíritu colectivo se corrompe, se denigra la paz social y se empobrece la libertad de todos. La posibilidad de construir un México en el que los jóvenes contribuyan genuinamente a la conformación de un estado social promisorio no sólo para ellos sino para todos los habitantes de este país, se ve brutalmente aniquilada. La energía y el potencial de los jóvenes se pierde en un abismo existencial en el que ninguna idea se queda, ninguna acción adquiere forma, ningún sueño se edifica.
Urge hacer una pausa en nuestra vida y voltear la mirada hacia la juventud. Urge que nos comprometamos con su presente y su futuro. Urge que nos solidaricemos con sus sueños, y también con sus miedos y esperanzas. Urge que recordemos que algún día fuimos jóvenes y soñamos con un futuro en el que caminar por las calles de este país nos permitiría encontrar el amor, la belleza, la realización y, sin duda, la libertad.
Sin una juventud libre de prisión, violencia y agresiones más nos valdría desaparecer a todos.