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claudiaalarcon13


Los jóvenes mexicanos viven en el abismo. Estadísticamente es el sector de la población más olvidado y alienado por la sociedad mexicana. Los prejuicios contra ellos transitan desde presumir que por el hecho de ser jóvenes son vándalos o carecen de consciencia de sí mismos o social o, bien, que por ser jóvenes no saben lo que quieren y, por tanto, tienden a tomar siempre el camino equivocado.

Toda mi vida laboral la he desarrollado a lado de jóvenes universitarios y, particularmente, durante los dos últimos años he participado en actividades educativas y culturales con adolescentes y jóvenes en prisión. El acercamiento con estos jóvenes me ha permitido descubrir junto con ellos la marginalidad en que la juventud ha tenido que sobrevivir en una sociedad que no ha sido capaz de entender la valiosa fuerza social que este grupo representa para nuestro país.

La desesperanza, la soledad, la falta de sueños y expectativas inundan la cabeza y el corazón de cada uno de los jóvenes de la prisión. La constante ha sido, sin duda, el abandono. Jóvenes que se han visto forzados a descubrir e inventar nuevas y muy violentas maneras de integrarse a sus propias familias y, por tanto, a la sociedad. Jóvenes que viven en el auto flagelo en búsqueda de una identidad digna.

Cada vez que un joven es violentado, agredido o desaparecido, sin importar la manera en que éste se conduzca ante la sociedad, el espíritu colectivo se corrompe, se denigra la paz social y se empobrece la libertad de todos. La posibilidad de construir un México en el que los jóvenes contribuyan genuinamente a la conformación de un estado social promisorio no sólo para ellos sino para todos los habitantes de este país, se ve brutalmente aniquilada. La energía y el potencial de los jóvenes se pierde en un abismo existencial en el que ninguna idea se queda, ninguna acción adquiere forma, ningún sueño se edifica.

Urge hacer una pausa en nuestra vida y voltear la mirada hacia la juventud. Urge que nos comprometamos con su presente y su futuro. Urge que nos solidaricemos con sus sueños, y también con sus miedos y esperanzas. Urge que recordemos que algún día fuimos jóvenes y soñamos con un futuro en el que caminar por las calles de este país nos permitiría encontrar el amor, la belleza, la realización y,  sin duda, la libertad.

Sin una juventud libre de prisión, violencia y agresiones más nos valdría desaparecer a todos.


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claudiaalarcon13

Aunque generalmente nunca espero encontrarme con artículos sensatos u objetivos en medios como éste http://www.eluniversal.com.mx/nacion/seguridad/no-temen-morir-asi-es-el-perfil-de-los-asaltantes-en-mexico , esta nota es una provocación inevitable para compartir una perspectiva distinta, basada en mis casi dos años de experiencia de trabajar con jóvenes en prisión, con esos que, en efecto, “no temen morir”.


El argumento central de la nota es que los llamados criminales presentan rasgos de conducta afines mediante los que es posible definir su perfil criminal. Los criminales, afirma, no muestran respeto hacia la autoridad, no les interesa estudiar, crecen en familias disfuncionales en donde uno o los dos padres están ausentes o han sido violentos con ellos.


Sí, en general así es el contexto personal de casi todos los delincuentes que están en prisión, sin embargo, lo que la nota no dice ni tampoco ninguno de los profesionales entrevistados es que todos estos rasgos tienen su origen en una sociedad desigual, indiferente, clasista, racista y, por lo tanto, profundamente discriminatoria. La historia de vida de estas personas son un conjunto de síntomas de la “sociedad criminal” que hemos construido y consolidado entre todos.


Hace apenas unos días un estudio del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) señaló que 7 de cada 10 personas que nacen en la pobreza, mueren así. Este dato no sólo debería ser escandaloso sino, sobre todo, indignante. Sin embargo, es evidente que el orgullo nacional y el espíritu solidario del que tanto se jacta nuestra mexicanidad no da para tanto. Lejos de entender el problema de la pobreza como un problema social o colectivo que debería ser una prioridad para todos, lo hemos asumido como un estado natural de nuestra sociedad. Simplemente no logramos conceptualizarnos como un país sin pobres.


Sí, la pobreza es el caldo de cultivo ideal para el tipo de delincuencia que describe el artículo. Habría, sin embargo, que ser igualmente críticos y enfáticos con la delincuencia de la clase media y de los ricos, esas que contribuyen sistemáticamente a fortalecer la delincuencia de los pobres.


En la delincuencia de la pobreza los jóvenes no respetan a la autoridad porque ninguna autoridad es digna de ser respetada, los jóvenes no estudian porque las instituciones educativas no saben ni se interesan en educarlos, los jóvenes no gozan de un núcleo familiar competente para su bienestar y formación humana porque las familias en la pobreza no tienen lugar en la estructura social de beneficios y de oportunidades. Para los jóvenes que viven en la pobreza la violencia es un estilo de vida, es el hito existencial de su supervivencia cotidiana.


Es cierto, los delincuentes de la pobreza “no temen morir” porque ¿quién quiere vivir en la pobreza? Recuerdo que en una ocasión le pregunté a uno de los jóvenes en prisión: ¿Cuando sales a robar siempre vas decidido a matar? Su respuesta fue tajante: “Claudia, si te haces de un arma para salir a robar es para usarla porque sabemos que al robar nos estamos jugando lo único que es nuestro, la jija vida”.










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