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claudiaalarcon13

Crónicas sobre la pobreza y el encierro. Conversaciones con adolescentes en reclusión.



G cometió su primer homicidio a los 12 años. Lo primero que me vino a la mente cuando me cuenta de la primera vez que mató a un hombre fue ¿quiénes son sus padres? Me dice que siempre vivió con su madre y su hermana menor y que de su padre prefiere no hablar. Veo que hace un enorme esfuerzo por sostenerme la mirada.


(Interludio 1)


La primera vez que le di clase a G, entró al salón, dio un fuerte puñetazo en la pared y se sentó en una banca justo frente a mí. Miraba ansioso a todos lados, fingiendo ignorarme, dejé que se hiciera evidente el silencio y después de varios segundos le dije:


Yo: ¿Por qué no me ves a los ojos?


G: “Si te veo a los ojos te vas a ir, no te va a gustar lo que vas a ver, te va a dar miedo”


Yo: Miedo de qué.


G:   De mí. Yo soy el diablo.


Con cuidado, estiré la mano y la puse suavemente sobre su antebrazo y le dije: “Deja que yo decida si debo tenerte miedo o no”.


Me miró fijamente por varios segundos con intención altiva y, entonces, decidí no tenerle miedo, sonreírle y empezar con la clase.



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claudiaalarcon13

Crónicas sobre la pobreza y el encierro. Conversaciones con adolescentes en reclusión.




G sale de su dormitorio y camina hacia mí apenas asomando los ojos envuelto en una manta sucia y deshilada. Me saluda con un agresivo apretón de mano. Le señalo una banca al final de patio, lejos de los guardias, y caminamos en silencio en busca de un lugar cómodo para sentarnos a platicar. Está tenso, con la mirada ausente y la atención distante.


G apenas llega a los 20 años y ya ha asesinado a más de 5 personas. Ha habido cambios en el reclusorio y le pregunto si quiere seguir tomando clases conmigo, sigue sin verme a los ojos y me responde entre dientes: “¿para qué?”


Me doy cuenta de que se ha hecho una nueva charrasca (tres cortes profundos), llevo la cuenta desde hace un año que lo conozco y ésta es la décima. Cuando se hizo las últimas dos gozaba de atormentarme enseñándome las heridas abiertas, él sabe que no soporto ver sus heridas pero ahora cuida que yo no las vea. Me dice, “no quiero que te sientas mal”, y las cubre con la manta.


Yo:  ¿Por qué te haces esto?


G:    Para recordarme todos los días lo que soy


Yo:  ¿Y qué eres?


G.:   Un criminal


Yo:  Yo veo a un hombre con mucho dolor


G:    A mí ya no me duelen los cortes


Yo:  No me refiero a tu piel, hablo de ti


G.:   Te acostumbras


Yo:   ¿A qué te acostumbraste?


G:    A la soledad, al abandono, al ruido de las rejas que se abren y se cierran, a las culeradas de los guardias, a la mierda…


Se calla unos segundos y me mira finalmente a los ojos para decirme: “la clave del éxito en la pobreza es la resistencia”.


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claudiaalarcon13

Actualizado: 19 may 2020



La primera vez que entré al Centro,

la primera revisión,

la primera vez que crucé la reja,

la primera plática que tuve con ellos,

el primer golpe de adrenalina que experimenté cuando sucedió algo tonto pero inesperado,

la primera vez que tuve miedo y no me atreví a decirlo,

la primera historia de vida que me contaron,

la primera broma tonta que en verdad me hizo reír,

la primera vez que el guardia * sonrió,

el primer “no se vayan”,

el primer “y tú cómo te llamas”,

la primera sonrisa tierna en el rostro de un multihomicida,

la primera vez que no me quise ir,

la primera vez que no tuve miedo,

la primera vez que todos fuimos aves sin tener a donde ir,

la primera vez que ellos fueron yo y yo fui ellos,

la primera vez que del peligro surgió la salvación.



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