Hace 10 años murió mi hermana, siendo aún muy joven. A días de morir, mientras la peinaba en su cama me dijo: ¿Por qué me tengo que morir tan joven? Respondí sin pensar mucho: porque somos organismos vivos, estamos muriendo todo el tiempo, la vida se trata de descomponerse.
Fue la última conversación conciente que tuve con ella antes de morir. Conversación que llevo tatuada en la memoria. A partir de entonces surgió en mí un interés constante en observar los ciclos de descomposición orgánica de animales.
Como si en cada animal que observo pudiera encontrar una explicación más convincente sobre su pronta partida. Hace 10 meses encontré un alacrán ahogado en la tarja de la cocina. Lo saqué y lo coloqué en un pedazo de papel para observarlo día con día.
Durante ese tiempo observé cómo cambió notablemente de color 4 veces, disminuyó su tamaño en un 20%. Se encorvó mientras que sus tenazas se cerraron totalmente. Hace unos días, tuve curiosidad de tocarlo, de sentir su temperatura y textura.
Parecía intacto, completo, rígido, mantenía su color brillante, sin embargo, en cuanto lo toqué se desvaneció, en un segundo me quedé con un montoncito de polvo rojizo en la mano. Su alacranitud era una ilusión hecha de polvo.
Y pensé en esa gente que finge tener una forma intacta, completa, hasta que algo o alguien la toca y la convierte en un montón de polvo. Y también pensé en mi hermana que parecía completa, intacta, no obstante hacía años que una tristeza profunda la venía haciendo polvo.