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claudiaalarcon13

Hace 10 años murió mi hermana, siendo aún muy joven. A días de morir, mientras la peinaba en su cama me dijo: ¿Por qué me tengo que morir tan joven? Respondí sin pensar mucho: porque somos organismos vivos, estamos muriendo todo el tiempo, la vida se trata de descomponerse.


Fue la última conversación conciente que tuve con ella antes de morir. Conversación que llevo tatuada en la memoria. A partir de entonces surgió en mí un interés constante en observar los ciclos de descomposición orgánica de animales.


Como si en cada animal que observo pudiera encontrar una explicación más convincente sobre su pronta partida. Hace 10 meses encontré un alacrán ahogado en la tarja de la cocina. Lo saqué y lo coloqué en un pedazo de papel para observarlo día con día.


Durante ese tiempo observé cómo cambió notablemente de color 4 veces, disminuyó su tamaño en un 20%. Se encorvó mientras que sus tenazas se cerraron totalmente. Hace unos días, tuve curiosidad de tocarlo, de sentir su temperatura y textura.


Parecía intacto, completo, rígido, mantenía su color brillante, sin embargo, en cuanto lo toqué se desvaneció, en un segundo me quedé con un montoncito de polvo rojizo en la mano. Su alacranitud era una ilusión hecha de polvo.


Y pensé en esa gente que finge tener una forma intacta, completa, hasta que algo o alguien la toca y la convierte en un montón de polvo. Y también pensé en mi hermana que parecía completa, intacta, no obstante hacía años que una tristeza profunda la venía haciendo polvo.

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claudiaalarcon13

Actualizado: 14 abr 2022


El misterio de la escritura es que no hay misterio solo miedo a hurgar dentro de sí, de ella, de nosotros. Nos acobardamos ante todo lo que nos transparenta. Y es que la escritura es voltearse hacia el mundo y quedar expuesto ante todo lo que humanamente es imposible controlar. Es darse vuelta como se le da vuelta a la ropa para secarse al sol. Nos deja prístinos, ligeros, con arrugas, esas marcas que deja el paso del tiempo en su manifestación en movimiento: el viento. Viento que nos impulsa a recorrer, sin prisa y sin miedo, los caminos que otros han trazado antes que nosotros. Caminos con los que hemos idealizado que la Tierra es un lugar abierto, infinito, interminable.


Es así que de la forma más cerrada que conocemos, la esfera, descubrimos el misterio de la escritura que está contenida en el número π y es que la escritura es infinitesimal. Avanza, se mueve hacia el centro de nosotros, hasta que implota para ver nacer universos auténticos, discretos e irrepetibles. Nosotros somos la escritura, nuestros sueños sus metáforas, nuestras pasiones sus hipérboles, nuestro nombre la anáfora que se repite una y otra vez en voz de los otros y nos mantiene de pie, erguidos en nuestro propio campo gravitacional, fijos a la tierra. Así nacieron las primeras raíces de los árboles. La escritura es la única revolución en la que se gana viendo nacer y vivir a otros. Y es por eso que escribo, para saber que todavía no hemos muerto.



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claudiaalarcon13

Actualizado: 19 may 2020


La reconciliación con nuestra naturaleza errática puede ayudar a que surja la confianza en donde se cree perdida. La confianza, sin embargo, es un atributo que está de sobra, es una entidad cruel, hace que perdamos la habilidad de sentir compasión por nosotros mismos, nos prohíbe equivocarnos. Ha tenido un papel importante, aunque no necesariamente satisfactorio, en la construcción de la lógica social como la percibimos pero eso no le quita su crueldad, solo la evidencia.


El exceso de confianza nos ha hecho creer que las fronteras, las distinciones (de clase, religión, nacionalismo, lengua, ideología) hacen mejores a las personas. Distinciones que no son más que violencia materializada.

Contra eso luchamos día a día y en esa lógica nos construimos como sujetos violentos, principalmente contra nosotros mismos. Y ahí es en donde el ego, en tanto idea falsa de nosotros mismos, toma el control sobre nuestra consciencia y la limita.




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