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  • claudiaalarcon13
  • 2 feb 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 2 abr 2024



El hijo, de 5 años, de un amigo le preguntó a su papá qué es la cárcel. Mi amigo me contó y la pregunta me motivó a escribirle esta carta. Pienso que es bueno compartir nuestros sueños adultos con los niños y las niñas. Muchas gracias a Lucas que inspiró esta reflexión.



Lucas:


Tu papá me contó que ya sabes que existe un lugar llamado cárcel. Te quiero contar un poco de ese lugar. La cárcel es un lugar triste que algunas personas adultas, que alguna vez fueron niños como tú, usan para castigar, encerrar y no dejar salir a otras personas.


En la cárcel hay personas a las que ni sus papás ni nadie más las enseñaron a dar cariño y que por eso le han hecho daño a otras personas. Hay personas que sí las enseñaron a dar cariño pero que sin quererlo lastimaron a otras personas, gravemente, y, también, hay personas que no le han hecho daño a nadie pero que alguna persona no muy lista las encerró. Esto último que te cuento es algo que llamamos injusticia social y es un problema importante que debemos resolver entre todas las personas.


Como verás, la cárcel es un lugar triste porque no deja a las personas ir al parque, sacar a pasear a su perro o convivir con sus papás o sus hermanos. Yo voy a veces a visitar a las personas a la cárcel, me gusta platicar y leer libros con ellas porque así la cárcel se vuelve un lugar menos triste.


Te cuento que yo he aprendido mucho de ese lugar triste. Lo más importante que he aprendido es que todas, todas, las personas nos equivocamos, es algo normal. Pero pienso que si entre todos nos cuidáramos y platicáramos sin pelear, nos seguiríamos equivocando pero no le haríamos daño a otras personas y, entonces, ya no necesitaríamos las cárceles y podríamos tirarlas todas y en esos lugares podríamos plantar muchos árboles y poner juegos para que los niños y las niñas vayan a jugar y se conozcan y hagan amigos y amigas y, por supuesto, a jugar con sus perros.


Por último, te voy a contar un secreto que mucha gente no entenderá pero estoy segura de que tú sí: yo creo que algún día esas cárceles se convertirán en hermosos árboles.


Espero estés bien y contento.


Te envío un abrazo,


Claudia



CDMX a 1º de febrero de 2021

 
 
 

La semiprivatización de las cárceles no es por sí misma una solución a la crisis de delincuencia y violencia que vivimos en México, de hecho, se convierte en un problema de igual complejidad que el que durante décadas ha enfrentado el sistema penitenciario administrado únicamente por el Estado. La diferencia está en manos de quién quedan ahora las ganancias.


En 2013 el sistema penitenciario nacional (SPN) le abrió la puerta a la iniciativa privada. Esta nota da cuenta de la manera en que se dio esta apertura y, lo más importante, describe cómo es que el SPN se convirtió en un jugoso negocio para las familias más ricas del país.



La pregunta obligada para quienes trabajamos directamente con personas privadas de su libertad es ¿qué beneficios tiene este modelo de administración privada penitenciaria para quienes deben cumplir una sentencia en estos centros? El argumento político para justificar este movimiento ha sido acabar, principalmente, con el autogobierno de las prisiones al que se le atribuyen muchos de los problemas que ha enfrentado el SPN por décadas y del que se desprenden no solo problemas como la operación de grupos criminales al interior y al exterior de las prisiones, también aseguran que su propósito es debilitar un modelo económico que, alineado a los mecanismos de corrupción del sistema, ha generado ganancias de muchos millones de pesos dentro de un esquema de absoluta ilegalidad.


Sin embargo, como sucede con todo vínculo entre el gobierno y la IP, la semiprivatización de las cárceles tiene un subtexto que es importante considerar cuando se habla de cuánto le cuesta al país tener a personas, culpables o inocentes, en las cárceles. La respuesta, como algunos han querido argumentar, no está en una simple división. El problema para entender este “gasto” radica en revisar cuál es el destino de ese recurso, para qué y cómo se utiliza.


La respuesta es muy simple, se utiliza para administrar el castigo, la contención física, el confinamiento y la “violencia legitimada”, no para la reinserción. El sistema penitenciario es un sistema muy empobrecido, y no hablo de dinero. La pobreza del SPN radica en la incapacidad que siempre ha mostrado para contribuir de una manera efectiva a que personas que entran en él, tengan una oportunidad de redireccionar su vida. El personal que labora en él, piezas clave para cumplir con el reto que implica la reinserción social, suele tener una escasa o nula formación en acciones que hagan posible la reinserción o que den cumplimiento al ejercicio de derechos de las personas privadas de su libertad. De ahí que el trabajo que realizan organizaciones de la sociedad civil, que generalmente operan con recursos que provienen de organismos internacionales, y que pueden operar con cierta autonomía de los vicios propios del sistema, sea tan relevante para el cumplimiento de una agenda política penitenciaria que presume de operar con fundamento en la reinserción social. En México, la estructura del sistema penitenciario no cuenta con los recursos ni humanos, ni de infraestructura, ni operativos y, poniéndonos muy filosóficas, ni con la voluntad para que las personas privadas de su libertad se reinserten a la sociedad.


En conclusión, el problema de las cárceles no es quién las administra, sino cómo reconstruir un sistema que, como muchos otros en el país (e.j. el educativo) ha sido semillero de grandes fortunas para algunos cuantos al margen de la legalidad y al amparo de los políticos en turno. Hay mucho más que decir al respecto pero, por el momento, aquí le corto.


 
 
 
  • claudiaalarcon13
  • 17 dic 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 19 dic 2020


Entro a la prisión y logro identificar la música que proviene de un viejo estéreo sobre una de las bancas del patio: “Emperador” de Beethoven. Pregunto a uno de los jóvenes de quién es la música. Me responde con una risa burlona “pus de quién va a ser, del P”.


Me acerco a la música para escuchar mejor mientras espero a que el resto de los jóvenes salga de sus dormitorios. Hay un ambiente hostil en el Centro ese día. Minutos después sale P y camina hacia mí y la música.


Con P tengo una relación muy reservada. Es un hombre carismático, con aparente seguridad de sí mismo pero muy violento. A punta de amenazas y golpes impone su voluntad dentro del Centro. En una ocasión, casi me da un golpe por un ridículo desacuerdo relacionado con el futbol, otro joven intervino y ahí acabó todo. Aún así es posible conversar con él de vez en cuando, sólo es cosa de saber identificar el momento.


Se sienta en la misma banca, sólo nos separa el estéreo que sigue tocando ‘Emperador’ y le pregunto:


— ¿Es tuya la música?


— Mi papá era un hombre estudiado que escuchaba esta música— responde.


— ¿Y dónde está tu papá ahora? — pregunto con un poco de temor a su reacción.


— Se fue cuando yo era un niño con otra familia— gira altivamente la mirada al otro lado.


— ¿Sabes cómo se llama ese concierto?


— No, sólo sé que es Beethoven, ¿cómo se llama? — me regresa la mirada retándome a que le diga el nombre.


—Emperador, se llama Emperador, a mí me gusta mucho.


— Ah, pues ahora me gusta más — me dice con risa burlona espontánea.


—Y a tus compañeros les gusta tu música.


—Me vale madre, esos putos sólo escuchan José José.


La conversación continuó. Es difícil acercarse a él y hablar pero, ese día, Beethoven allanó el canal y hablamos por casi 50 minutos sobre la breve presencia y larga ausencia de su padre en su vida. El padre a pesar de haberlos abandonado tras irse con otra familia, seguía manteniendo ante los ojos de P la investidura moral de un héroe épico. De su madre me habló en otra ocasión, una mujer cuyo mayor logro, "a pesar de no saber leer ni escribir", decía P, había sido convertirse en afanadora de baños “en una tienda del ¡Sr. Carlos Slim!”, repetía P, con evidente orgullo.

Después de un par de meses de ese encuentro, una mañana entro al patio y escucho a lo lejos Y es que todos sabemos querer pero pocos sabemos amar, sonrío y recuerdo las palabras de P, mientras camino hacia el grupo de jóvenes que ríen y bromean juntos en el patio.


En ese momento, sin preguntar, supe que P había dejado la prisión. Meses después me enteré por el periódico que P había muerto en un enfrentamiento entre la policía y la gente de su grupo criminal. Todo ese día, sonó en silencio en mi cabeza, Emperador, el último concierto de Beethoven.

 
 
 
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© 2020 by Claudia Alarcón Z.  

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