Crónicas sobre la pobreza y el encierro. Conversaciones con adolescentes en reclusión.
G sale de su dormitorio y camina hacia mí apenas asomando los ojos envuelto en una manta sucia y deshilada. Me saluda con un agresivo apretón de mano. Le señalo una banca al final de patio, lejos de los guardias, y caminamos en silencio en busca de un lugar cómodo para sentarnos a platicar. Está tenso, con la mirada ausente y la atención distante.
G apenas llega a los 20 años y ya ha asesinado a más de 5 personas. Ha habido cambios en el reclusorio y le pregunto si quiere seguir tomando clases conmigo, sigue sin verme a los ojos y me responde entre dientes: “¿para qué?”
Me doy cuenta de que se ha hecho una nueva charrasca (tres cortes profundos), llevo la cuenta desde hace un año que lo conozco y ésta es la décima. Cuando se hizo las últimas dos gozaba de atormentarme enseñándome las heridas abiertas, él sabe que no soporto ver sus heridas pero ahora cuida que yo no las vea. Me dice, “no quiero que te sientas mal”, y las cubre con la manta.
Yo: ¿Por qué te haces esto?
G: Para recordarme todos los días lo que soy
Yo: ¿Y qué eres?
G.: Un criminal
Yo: Yo veo a un hombre con mucho dolor
G: A mí ya no me duelen los cortes
Yo: No me refiero a tu piel, hablo de ti
G.: Te acostumbras
Yo: ¿A qué te acostumbraste?
G: A la soledad, al abandono, al ruido de las rejas que se abren y se cierran, a las culeradas de los guardias, a la mierda…
Se calla unos segundos y me mira finalmente a los ojos para decirme: “la clave del éxito en la pobreza es la resistencia”.
Comentarios